Las dos caras de la filosofía.

 de Eugenio Pucciarelli, en  "Husserl y la actitud científica en filosofía". 1962.




No es un secreto que la palabra filosofía esconde en su seno una incómoda ambigüedad. Esta situación proviene, al parecer, de dos necesidades que se agitan oscuramente en la actividad filosófica: por un lado, la exigencia de unificación del saber mediante una explicación racional y sistemática de la totalidad de la experiencia, y, por otro, la pretensión, de innegable raigambre moral y religiosa, de formar al hombre y convertirlo en amo de su destino, configurando desde su propio interior el curso entero de su existencia personal. Aunque estas dos tendencias conviven en una armonía no siempre natural y lograda en muchos sistemas, en otros se contraponen ásperamente y se rechazan, con lo cual parece quebrarse la unidad misma de la filosofía.

La divergencia asoma ya en la palabra filosofía, desde el momento mismo en que se incorpora a la tradición cultural de Occidente. El simple análisis etimológico revela dos significaciones -amor al saber y amor a la sabiduría- que se disputan la preferencia desde la antigüedad. Nunca se ha negado que la sabiduría excluya el saber, pero las actitudes humanas en uno y otro dominio parecen ser heterogéneas y, en ocasiones, antagónicas. Los partidarios de una filosofía como sabiduría se empeñan en concebirla como un ars vivendi. subrayan su significado práctico, destacan su carácter personal y tienen predilección por las cuestiones del destino y la misión del hombre. Se complacen siempre en presentarla como un método de vida, y no es extraño que a veces, con entonación religiosa, pretendan erigirla en camino de salvación. Quieren ver en ella una exigencia que estimula, una incitación a realizar una existencia humana plena en contraste con una actividad unilateralmente cognoscitiva. No ocultan su inspiración moral, su valor educativo, pero parece preocuparles menos la crítica del saber racional, que descubre sus límites y sus contradicciones internas, que la plena vigencia de las convicciones morales en el orden de la acción. La pluralidad de tipos de sabiduría y el carácter (inevitablemente personal de sus inspiraciones no parece inquietarlos demasiado: lo importante es la congruencia de la conducta con los principios que la informan desde adentro y que el individuo encarna en la acción.

Opuesta es la actitud de los que conciben la filosofía como amor al saber. Para ellos, la filosofía aspira a ser ciencia, es decir, investigación metódica cuyo fruto es el conocimiento objetivo, necesario y universalmente válido. El amoral saber no se consume en un esfuerzo insatisfecho: cuaja en sistemas de conocimiento que pretenden abarcar la totalidad de los objetos y que se ofrecen a todos los investigadores con la garantía de métodos que permiten su contralor. La despreocupación por entregarse a cualquier finalidad práctica y el carácter impersonal de la búsqueda y de los resultados son rasgos del ideal científico que estimula este estilo de filosofar. Pero frente a la pretensión de validez universal se presenta el hecho de la multiplicidad de los sistemas filosóficos y de sus divergencias doctrínales. Las polémicas entre las escuelas, interminables, renovadas de siglo en siglo, producen un espectáculo de anarquía intelectual que parece in- compatible con la concepción de una filosofía como ciencia. Lejos de acoger el legado de sus predecesores e integrar las aportaciones parciales en la figura coherente de una doctrina que merezca el asentimiento unánime, las generaciones jóvenes someten a examen crítico todos los resultados y excluyen de la nueva síntesis, por estimarlo incompatible con su espíritu o sus tendencias, gran parte de los trabajos que les han precedido. Y cada nuevo filósofo tiene que recomenzar la tarea, como si nadie hubiera investigado en estos dominios. Aparte de esto, los intereses prácticos - religiosos, morales, políticos, pedagógicos-, es decir, el amor a la sabiduría, enturbian la transparencia de la vocación teórica -amor al saber- y retardan la constitución de una filosofía como ciencia.